Pico de Orizaba
Una cima que casi no logro.
El plan original era otro.
Quería subir el Kilimanjaro como una de mis metas del año… pero no se dio.
Así que, buscando no rendirme del todo, puse la mira en el Pico de Orizaba.
Lo que no sabía era que esa decisión me iba a enseñar más de lo que imaginaba.
La expedición empezó entre tropiezos logísticos, cambios de fechas, gente que se sumaba y se bajaba del plan. Cuando por fin lo hicimos realidad, llegamos sin estar del todo preparados.
El primer día fue un hike de exploración, tranquilo.
Pero esa noche… no dormí ni un minuto.
A las 11:30 p.m., ya estábamos listos para subir. Más de 14 horas de caminata.
Yo no me sentía al 100. Me costaba respirar, me dolía la cabeza, y por dentro algo no estaba bien.
Poco a poco me fui quedando atrás.
Hasta que, sin darme cuenta, terminé solo con un guía joven.
Y nos perdimos.
Acabamos en una pendiente de nieve, sin crampones.
Un paso en falso y no lo contábamos.
Ahí algo se rompió en mí.
Y no fue el cuerpo. Fue la confianza.
En mí, en el equipo, en todo.
Cuando logré volver a la ruta, solo pensaba en regresar.
Le dije al grupo que no quería seguir.
Y en ese momento apareció uno de los gestos más bonitos de amistad que he vivido:
Labugle, uno de mis amigos, se ofreció a seguir conmigo. Sin pensarlo, sin dudar.
Subimos juntos. Íbamos encordados.
Al frente, el guía diciéndome que no podía.
Atrás, Labugle diciéndome que sí.
Dos voces. Y en el medio… yo, decidiendo cuál escuchar.
Me acordé de algo que me dijo una amiga coach:
“Cuando todo te falle, recuérdate tu why.”
Y eso hice.
No era por llegar a la cima. Era por respeto a mí mismo, por fe, y por esa amistad que me sostenía.
No sé cuántas veces renuncié mentalmente.
Solo sé que seguí. Un paso. Y otro. Aunque ya no quedara nada.
A las 8 a.m., llegamos.
Los últimos en salir. Los primeros en llegar.
Esa montaña me mostró mis límites…
Y me recordó que algunas batallas no se ganan con fuerza,
sino con propósito, con fe, y con la mirada de alguien que cree en ti cuando tú ya no puedes.
Y me enseñó que explorar a veces no se siente épico.
A veces se siente como arrastrarte en la oscuridad…
y no rendirte.

















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