Utah
Siempre pensé que el snowboard era solo nieve y adrenalina, pero descubrir este deporte me regaló mucho más. Aprender snowboard fue como tomar una clase intensiva de vida: caerte cien veces, levantarte ciento una. Entender que la confianza no llega porque controles cada detalle, sino cuando aceptas que no puedes controlarlo todo. Que el equilibrio verdadero surge cuando dejas ir la tensión, sueltas los miedos y simplemente disfrutas el movimiento.
Cada bajada fue una metáfora de cómo enfrentar lo desconocido. Al principio, estaba tenso, tratando de no caer; la tabla se deslizaba insegura y rígida. Pero cuando finalmente acepté que caer era parte inevitable del aprendizaje, todo cambió. Mi cuerpo se relajó, mi mente se aclaró, y empecé a fluir con la pendiente, descubriendo una sensación de libertad que no conocía.
El snowboard me recordó que el verdadero aprendizaje está en permitirse equivocarse. Que no se trata de dominar la tabla en un día, sino de aprender algo nuevo cada vez que vuelves a intentarlo. Ahora, pienso que muchas cosas en la vida son así: requieren que te lances con valentía hacia lo incierto, aceptando los tropiezos como parte del camino.
Al final del día, lo más valioso no fue cuánto avancé en la tabla, sino cómo cambié mi perspectiva sobre enfrentar nuevos desafíos. Porque, en esencia, crecer significa eso: atreverte a lanzarte, caerte las veces que hagan falta y levantarte siempre con ganas de más.




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